
¡Hola, volví! Se que pasaron meses desde mi última publicación y probablemente pensaron que había abandonado el blog (creo que hasta yo lo pensé en un momento), pero la realidad es que fue un fin de año muy movilizante, de mucha reflexión, y por un tiempo no pude sentarme a ordenar mis propios pensamientos, mucho menos a escribirlos. Sin embargo creo que ya estoy de vuelta, aunque con algunas modificaciones. Ya que algo me estaba haciendo muy difícil la escritura también era pensar en Instagram y sus publicaciones, siendo la parte que menos me gusta de este proyecto, así que probablemente empiece a postear un poco menos ahí, ya veremos como lo resuelvo. Ahora si, explicada mi desaparición, volvamos a lo que nos incumbe:
Hoy vengo con una reflexión que hago cada vez que me pongo un poco sentimental (lo cual últimamente pasa a menudo). Y es que si tengo que ser 100% honesta, antes de empezar a viajar lo tenía muy idealizado. En mi mente, no solo iba a hacerme mil amigos enseguida, si no que iba a conocer lugares increíbles, pasarla bomba, hacer plata, irme de vacaciones, ahorrar. Todo perfecto, ¿no? ¿Quién no querría irse si la vida suena así?
La verdad es que no puedo decir que fue todo lo contrario porque no, pero… ¿Mil amigos? Soy más de círculo cerrado, por lo que sí, me hice amigos en cada lugar al que fui pero definitivamente no un grupo grande. ¿Conocer lugares increíbles y pasarla bomba? Si, pero no todo el tiempo, tuve momentos bastante feos en donde la angustia me ganó y pasé meses sin querer salir de mi casa (si, meses). ¿Hacer plata, ahorrar? Mmmm, digamos que el irme de viaje no mejoro mis escasas habilidades financieras.
Hoy en día, con casi tres años de viaje encima, creo que puedo ser honesta y admitir que el irme de Argentina a probar y conocer otras cosas no solucionó prácticamente ninguno de mis problemas. E incluso hasta me generó otros, porque hay días en los que me pongo a llorar solo de pensar en lo mucho que extraño compartir una cena con mi mamá, unos mates con mi papá, los jueves de pizza y películas con mis hermanos, el salir de trabajar e ir a un after o a hacer algo con mis amigos…
La distancia muchos días se torna más difícil de lo que me gustaría admitir, y me tengo que recordar que no siempre es así, que no me siento siempre así. Que el resto de los días estoy muy feliz de la decisión que tomé de irme, de buscar otras oportunidades, de planear un futuro con mi pareja en cualquier lugar del mundo que elijamos (lo cual me sigue pareciendo una locura, el poder tener esa posibilidad).
Hace un tiempito me pasó una de las peores cosas que le pueden pasar a uno cuando está lejos, el fallecimiento de un familiar. Lo que sentí al saber que no podía aparecer ahí, estar con mi familia, abrazar a mi papá, fue una de las peores angustias que tuve nunca. Cuando elegí irme, lo hice sabiendo que existía esta posibilidad, que algunas cosas iban a pasar y yo no iba a poder estar ahí para compartirlas, y estaba de acuerdo con eso. Pero como se suele decir: del dicho al hecho…
Resulta que en la vida pasan muchas más cosas de las que uno se da cuenta y que las suele dar por sentado. No solo nos despedimos de la gente, celebramos el día a día. Las personas se casan, se reciben, los bebés nacen y crecen, hay ascensos y promociones en los trabajos, mudanzas y remodelaciones, vacaciones, escapadas de fin de semana, domingos de asados, cumpleaños y festejos familiares. Cuando estamos cerca es muy fácil no darse cuenta de todo lo que pasa en un año, es la vida, solo pasa. ¿Pero cuando estamos lejos?
Emigrar es una continua elección, no es algo que un día decidiste y nunca más miraste para atrás, o frenaste a replanteartelo. Porque así como a nuestra familia y amigos les sigue pasando la vida, a uno también, y pasa por esas mismas cosas pero en otro lugar, y lejos de su círculo cercano, y hay que decidir, si queremos seguir pasando por eso o no. Si queremos seguir viendo como nos perdemos de estos sucesos, para tener la vida que queríamos, o que esperamos conseguir.
Habiendo terminado el 2024, debo decir que para mi, este fue un año donde estas decisiones estuvieron muy presentes. Con un comienzo muy difícil, una espera muy larga y varias situaciones en Argentina que se dieron al final, tengo que admitir que fue un poco más complicado de lo habitual el pensar en estar tan lejos.
Sin embargo, veo la vida que estoy construyendo, veo los cambios que ya pasaron y que mejoraron mi bienestar, y no puedo no sonreír y estar orgullosa y conforme con todo lo que pasó en estos tres años. Ya no sufro de insomnio, mis niveles de estrés y ansiedad bajaron, no tengo miedo al caminar por la calle, ni tengo que hacer malabares para llegar a fin de mes. Tengo nuevos hobbies que disfruto mucho, amigos nuevos por todos lados, vivo a dos cuadras del mar, con el amor de mi vida y a nada de una de las ciudades más hermosas del mundo, y podría seguir enumerando todas las cosas lindas que me pasaron, pero estaríamos por acá un largo rato.
Todo es cuestión de balance. Desde hace años que siempre que estoy en una situación de incertidumbre sobre qué hacer, me imagino una balanza en mi cabeza y voy poniendo las cosas lindas o que me gustan contra las cosas feas y malas que pasan. ¿Cúal gana? Este último año fue una lección gigante para mi, y tuve que hacer esto varias veces, pero (por suerte) siempre pesó más lo lindo y la emoción por lo que se viene, que lo que pudo ir saliendo mal. Y esperemos que siga siendo así, tanto en mi vida como en la suya.
Hasta acá llego con mi reflexión de fin de año (un poco tarde, lo sé). Tenía pensado escribir esto hace tiempo ya, pero como siempre, terminó saliendo cuando quiso y en el momento justo.
Espero que estén teniendo un muy buen comienzo de año, y que sus balances también estén en positivo. ¡Les mando un beso gigante a todos! No se olviden de dejar sus me gustas y sus comentarios.
¡Nos leemos la semana que viene! (Si, lo prometo)
Delfi
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