Hogar

Hogar

Según la RAE, la palabra hogar significa “casa o domicilio”, o bien “familia, grupo de personas emparentadas que viven juntas”. Discúlpenme si no concuerdo al 100% con la RAE, pero para mí la connotación de la palabra “hogar” es un poco más grande. Así que me tomé la libertad de redefinirla para esta publicación, ya que hoy quiero escribir sobre lo que para mí significa tener un hogar.

Por lo que vamos a decir que, mientras dure este escrito, la definición correcta es: Lugar donde una persona crea pertenencia y lazos emocionales, sintiéndolo un espacio propio y significativo. ¿De acuerdo? Ok, comencemos.

Me cuesta mucho arrancar diciendo “el año pasado…”, pero lo que quiero contar fue sucediendo en los últimos cuatro meses y, bueno, técnicamente es el año pasado.

Si fueron leyendo el blog, sabrán (y si no, les hago un breve resumen ahora, no se sientan obligados) que en el 2024 estuve viviendo en un pueblo de Sicilia mientras tramitaba mi ciudadanía, y tenía planes de continuar mi viaje por Suiza. Sin embargo, por una de esas casualidades de la vida, mi pareja consiguió trabajo como ingeniero acá en Italia, y así fue como terminamos mudándonos a la ciudad de Torvaianica en septiembre del año pasado.

Para ponerlos un poco en contexto, Torvaianica es la zona del mar del comune di Pomezia, ciudad que se encuentra a una hora al sur de Roma. Es un balneario tranquilo, donde en la época de verano van muchos italianos de otras ciudades a vacacionar, pero en el invierno se vuelve aún más tranquilo, y solo se ve bastante gente paseando los fines de semana, cuando los locales salen a caminar por la costanera y disfrutar de las vistas del mar.

A mi parecer, tiene unas vibes muy de balneario viejo de la costa argentina, con apenas un par de cuadras de centro, edificios bajos de no más de cuatro pisos, y todo un poco anticuado. Pero tengo que admitir que, desde que vimos la ciudad por primera vez, quedamos enamorados.

Ahora, si bien la ciudad era linda, esto no era lo que teníamos planeado desde un principio, por lo que no solo no sabíamos dónde nos estábamos metiendo, sino que no conocíamos absolutamente nada. Y aunque me encantaría decir que todo fue color de rosas, la verdad es que el primer mes que estuvimos acá fue un poco complicado. Lu se iba a trabajar y yo estaba en casa todo el día, desempleada, sin nada que hacer, sin rutina ni motivación. Me sentía encerrada entre cuatro paredes y no había mucho que pudiera hacer al respecto. Tuve que hacer un gran trabajo para tratar de sobrellevar esa situación, pero de a poco, y con tiempo, todo se fue acomodando.

Para hacer alguna actividad juntos, con Lu nos anotamos a clases de salsa y bachata, empezamos a socializar y nos hicimos parte del grupo. De a poco, y por repetición, fuimos al súper cerca de casa y nos empezamos a saludar con el dueño, que está ahí vigilando casi siempre. Encontramos un café que nos gusta, y al que vamos a desayunar algún que otro fin de semana. Nos hicimos amigos que viven en una ciudad cercana. Ya sabemos a dónde ir a comprar cada cosa que necesitamos y seguimos amando ir a ver el atardecer a la playa cada fin de semana.

Sé que algunas cosas suenan como pavadas, pero pasar de salir de casa y no tener a quién saludar, o con quién hacer algo, de no saber dónde poder comprar un plato o una camiseta, ¿a todo esto que les mencioné? Créanme que se siente como todo un logro. De a poco fuimos armando una rutina y una vida que disfrutamos tanto que, cuando llegó el momento de decidir si nos quedábamos en la zona o nos mudábamos a otra ciudad, no quisimos irnos.

Ese fue el momento en el que me di cuenta: habíamos construido un hogar sin darnos cuenta.

Es increíble cómo uno puede lograr sentir que pertenece a un lugar donde hace un par de meses solo había un departamento vacío y uno ni siquiera sabía que existía. Como, de repente, te vas unos días de vacaciones y, al final, querés volver a tu casa, a tu barrio. Como te sentís tan cómodo que ya no tenés la urgencia de buscar un nuevo destino al que mudarte. Al contrario, querés quedarte un tiempo, recibir a tus seres queridos ahí y mostrarles todo lo que hacés a diario (aunque solo sea leer y caminar por la playa).

No sé si ustedes concuerdan conmigo, o si sienten a su ciudad y su casa como hogar, espero que sí. Pero, cuando estás viajando, es un poco difícil encontrar eso; se necesita algo de estabilidad, y eso no va de la mano de ser backpacker. Y debo admitir que, si bien disfrutaba mucho del dinamismo, de no saber en dónde iba a estar en dos meses y tener todo el mundo a mi disposición como para ir a donde yo quisiera, estar un poco quieta, tener mi casa, mis cosas y encontrar regocijo en la rutina, también me gusta mucho. Encontré una nueva calma y un nuevo disfrute en mi vida en Torvaianica, en mi hogar.

No sé cuánto tiempo nos quedaremos en la ciudad, ni cuánto nos dure esta sensación de que estamos en el lugar correcto. Pero el hecho de haberlo conseguido, de estar en casa y sentirnos a gusto y plenos, creo que ya es un gran logro para lo que va del año, ¿no? ¿Ustedes qué opinan?

Los dejo por esta semana, pero ¡nos leemos en la siguiente publicación!

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