Caponata Siciliana: fusión de culturas y sabores

Caponata Siciliana: fusión de culturas y sabores

¡Buenas! Hoy les vengo con una entrada un poco distinta. Como ya saben (porque espero que hayan estado chusmeando el blog), no solo estuve viviendo en un pueblo al noreste de Sicilia, sino que estuve trabajando como cocinera en un restaurante. Hasta ahora fue uno de los trabajos que más me gustó de los que hice viajando, no solo porque tuve la oportunidad de conocer en profundidad a los italianos con los que trabajé, sino porque pude aprender recetas originales de la mano de ellos y pasar horas cocinando platos deliciosos, que luego nos elogiaban.

Por eso, esta vez les voy a compartir un poco de lo que aprendí en esos meses.

Pero primero, un poco de contexto: para los que no saben, Sicilia pasó por distintas colonizaciones a lo largo de su historia, por lo que tiene una mezcla de culturas, con influencias griegas, normandas, árabes y españolas. Eso se ve mucho en la arquitectura de la isla, pero también en sus tradiciones y en sus comidas. Por ejemplo, los árabes introdujeron las berenjenas (que ahora ellos meten hasta en la sopa), así como métodos de cocción y combinaciones de sabores agridulces. Los españoles trajeron cultivos de tomates y morrones. Incluso los griegos llevaron métodos de conservación de alimentos y la utilización de hierbas y vinagres. Si llegan a viajar a Sicilia, o ven algún video de cocina local, se van a dar cuenta de que todo esto sigue muy presente.

La receta que les voy a contar ahora es un plato tradicional siciliano que, dicen, empezó como un plato de la cocina pobre, utilizando ingredientes de temporada (bueno, bonito y barato) y combinando todas estas influencias que les mencioné. Aunque en sus orígenes era simplemente una mezcla ideal para conservar y almacenar por más tiempo, hoy en día es un excelente plato que no solo se puede usar como acompañamiento para una comida, sino también como antipasto (nuestra querida picada pero con nombre italiano). ¡Con ustedes: La Caponata!

Lo que me parece más loco de este plato es que hay más de 35 recetas distintas, ya que va variando según la zona y ciudad. Lo único que tienen todas en común es el uso de berenjena, vinagre y azúcar . Por ejemplo, en la zona de Catania se hace con morrones también, en la zona de Agrigento se le agrega aceitunas negras, pero no verdes, y en la zona de Messina se hace con concentrado de tomate en vez de tomates frescos como en Palermo. Estuve investigando un poco antes de escribir esto (tengan en cuenta que estoy tratando de ser profesional al respecto) y pareciera que la receta que me enseño Rita y que les voy a mostrar es una buena mezcla entre la Catanesa y la Palermitana.

En este caso vamos a verla con cantidades como para 20 personas (no se olviden que Rita es dueña de un restaurante), pero debajo les voy a dejar mi adaptación para hacerla en casa 😉

Ingredientes:

  • 5 berenjenas grandes
  • 4 morrones rojos
  • 4 morrones amarillos
  • 5 cebollas grandes
  • 20 aceitunas verdes descarozadas
  • 15 alcaparras
  • 2 cucharones de salsa de tomate
  • Sal
  • Vinagre de vino tinto
  • 2 cucharadas de azúcar

Lo primero que vamos a hacer es picar todo. La berenjena y los morrones van en cuadrados grandes, y la cebolla en juliana. Si tenemos que descarozar las aceitunas, lo hacemos también, así al momento de ponernos con la sartén no hay que estar distrayéndose.

Ahora, lo más importante de la Caponata y el paso que todas las recetas siguen es “se fríe todo por separado”. Si, va todo frito, dije que era un plato tradicional, no uno sano. Entonces, primero vamos a poner aceite de girasol en una sartén y vamos a freír la cebolla junto con las aceitunas y las alcaparras. ¿Por qué esto se fríe junto, si dije que todo se fríe por separado? No hay por qué.

Una vez que tengamos la cebolla doradita, la vamos a sacar con una espumadera o un colador (la idea es que el aceite siga quedando en la sartén para reutilizarlo) y la vamos a llevar a otra sartén más grande en donde vamos a ir metiendo todo lo que cocinemos. Repetimos el proceso con la berenjena, y una vez que está, la ponemos junto con la cebolla. Lo último que vamos a freír es el morrón, porque pierde líquido, entonces el aceite va a quedar mezclado con agua un poco roja y no queremos freír nada más en eso.

Cuando ya tengamos todo listo y junto en una sartén, vamos a agregar las cucharadas de salsa de tomate y la sal. En este caso es un puñado grande de sal, pero al hacerlo para menos personas le podemos poner lo que nos parezca apropiado. Cada uno sabrá que tan salado le gusta comer. Vamos a ponerlo a fuego muy, muy bajo y lo dejamos unos diez, quince minutos para que se siga cocinando así se empiezan a asentar los sabores. Lo importante es no revolverlo mucho, solo lo justo y necesario para que no se pegue, ya que si no, se empieza a desarmar la berenjena haciendo una especie de puré y deja de ser Caponata.

Cuando pase este tiempo, le vamos a agregar el vinagre, al que previamente le metimos el azúcar, y lo vamos a volver a dejar otros quince minutos a fuego lento, hasta que sintamos que se evaporó un poco el olor y que no nos noquee cada vez que acercamos la cara a la sartén.

Ahora si, la Caponata está terminada. Solo queda esperar a que se entibie y ¡a degustar!

¿Qué pasa si la queremos hacer en casa? Obviamente no vamos a prepararla como para 20 personas, a menos que queramos stockear todo el freezer, claro. Así que en este caso, vamos a hacerla con solo 2 berenjenas, 1 ½ morron rojo, 1 ½ morron amarillo, 1 cebolla grande, 5 aceitunas, 2 o 3 alcaparras, una cucharada de salsa de tomate, una cucharadita de azucar y solo un chorrito de vinagre.

¿Se puede hacer una versión sana de la Caponata? Sí y no. Sí, porque podemos no freír las verduras y solo saltearlas, o hacerlas en la airfryer. Pero no, porque en ese caso lamento decirles que dejaría de ser Caponata y pasaría a ser otra receta. Pero como poder, se puede.

Antes de terminar, les cuento algo gracioso que me pasó mientras preparaba esta entrada. Al leer en internet sobre la receta, noté que todas (sí, todas) las versiones llevaban azúcar, lo cual me sorprendió. Si yo en el restaurante no la hacía con nada más que con sal ¿cómo podía ser? Obvio que al ver esto, empecé a dudar y me preocupé. ¿Había estado dos meses cocinando y vendiendo mal un plato típico? Al día siguiente, le pregunté a Rita. ¡Por suerte, todo fue risas cuando descubrimos que había estado preparando la famosa receta «agridulce» sin nada, absolutamente nada, de la parte dulce! Resulta que al final, no estaba tan canchera con las recetas de la cocina después de todo. Pero, en fin, cosas que pasan.

Espero que hayan disfrutado de esta mini lección de historia y gastronomía, ¿Qué les pareció la receta? ¿Se animarían a hacerla y probarla? No se olviden de dejarme en comentarios que les pareció y si les gusta este tipo de entrada!

Con esto me despido por ahora, ¡nos leemos en la próxima publicación!

Dejá un comentario!

Montalbano Elicona: Redescubriendo Italia

Montalbano Elicona: Redescubriendo Italia

¡Buenas! Hoy estoy muy entusiasmada por todo lo que les voy a contar. Se trata de una aventura más reciente: la última ciudad en la que vivimos antes de comenzar este blog, Montalbano Elicona. Y quédense hasta el final del post porque viene con una sorpresa 😉

Como ya mencioné en entradas anteriores, cuando me fui de Italia en enero de este año, estaba muy enojada con todo lo que implicaba este país: su cultura, su burocracia, su sociedad. No me gustaba para nada la idea de tener que volver, pero seguía teniendo mi objetivo pendiente: la ciudadanía italiana.

Durante los meses que estuve en Argentina, busqué distintas ciudades para volver, siempre en el norte del país. El problema fue que conseguir alojamiento donde establecer residencia era complicado, por no decir solo caro, y para cuando faltaban solo tres semanas para viajar, nosotros todavía no habíamos logrado conseguir nada. Así que no nos quedó otra que ampliar la búsqueda e incluir al sur de Italia como un posible destino.

Así fue como terminamos en Montalbano Elicona, un pueblo de la provincia de Messina, en la región de Sicilia.

No vamos a fingir que la idea me gustó de entrada, porque sabemos que no. Había googleado el destino antes de viajar y parecía lindo, pero de internet a la realidad suele haber una gran diferencia, así que no quise hacerme muchas ilusiones.

El 7 de mayo de 2024, una Delfina muy asustada volvió a emprender el viaje hacia el sur de Italia, con menos convicción y ganas que nunca. Pero una vez ahí, el pueblo me dio la bienvenida y me mostró lo equivocada que estaba.

Para empezar, era hermoso. Un pueblo medieval, con una parte histórica completamente cuidada y mantenida, que te invita a recorrerla cuantas veces puedas. La gente era amorosa y cálida, siempre con una sonrisa y buena predisposición para ayudarte, responderte, venderte o lo que fuera necesario en el momento.

El departamento que habíamos conseguido era amplio y luminoso, y lo más importante: solo nuestro.

Y para colmo, conseguimos trabajo como “cocineros” a menos de una semana de haber llegado, lo cual era una prioridad en ese momento (como siempre). Si bien al final de nuestra estadía ya no queríamos saber nada más del restaurante, la verdad es que el trabajo en sí no estaba mal y era bastante entretenido. La cantidad de horas por día eran agotadoras, pero nos ayudaban a pasar el tiempo y, en mi caso, a controlar la ansiedad por el trámite de la ciudadanía, que cada vez parecía más lejano.

Tanto Nino como Rita, los dueños del restaurante, fueron siempre muy amables con nosotros y nos enseñaron a preparar cada una de las especialidades de la cocina, algo de lo que ya les voy a contar más adelante.

No teníamos mucho tiempo libre para disfrutar de los alrededores del pueblo, pero nos tomamos como costumbre ir todos los lunes al Caffè Trinacria, cerca de la plaza principal, a desayunar con un café y un cornetto de crema y otro de chocolate. Honestamente, creo que fueron los cornettos más ricos que comimos estando en Italia, y si algún día llegan a estar por el pueblo, les recomiendo que no se los pierdan.

Ya más acomodada, y un poco menos enojada con Italia, empecé a notar las cosas buenas que trajo esta segunda vuelta, como el hecho de que pude mejorar muchísimo el idioma. Pasé de hablar como Tarzán todo el tiempo, a solo hacerlo de vez en cuando, logrando mantener conversaciones enteras con italianos sin trabarme. Aprendí a disfrutar de las cosas buenas de su cultura, como la cocina, y a dejar pasar las no tan buenas, como el machismo (que siempre está, no importa la zona a la que vayas). Y ni hablar de los paisajes y los atardeceres que nos regalaba el pueblo en general.

El momento que más disfruté de estar en el pueblo, fue durante las festividades de agosto. Como en el resto de Italia, se celebran distintas fiestas durante este mes, y en este caso la principal fue la celebración de la Madonna della Providenza. Esta consistía principalmente en bajar a la Virgen de la iglesia donde está situada, hacer la procesión llevándola por todo el pueblo y luego devolverla a su lugar. Aunque esto no terminó ahí,  durante todo el mes hubo varias celebraciones en la plaza principal: ferias con puestos de venta en la calle, recitales y muchas otras cosas para disfrutar.

Mi celebración favorita fue para Ferragosto (el feriado más importante del mes en toda Italia). Ese día, hicieron un show en la plaza con una banda que tocaba canciones de distintos géneros y toda la gente del pueblo se reunió para verlos. Muchas parejas de señores mayores bailaban la música en el medio de la plaza. Hasta el momento no había visto nada así y me gustó tanto, me generó tanta alegría y emoción, que Lu y yo nos quedamos mirándolos por horas, hasta casi el final del espectáculo. Fue hermoso ver a toda la gente reunida, bailando despreocupadamente y celebrando.

Eso fue durante nuestras últimas semanas en Montalbano, y cuando llegó el momento de irnos (larga historia, otros motivos no relacionados con la ciudadanía), yo ya no estaba tan entusiasmada. Sí, me ilusionaban los nuevos proyectos, pero me sentía tan cómoda en Montalbano, tan en casa, que no quería irme. Tengo que admitir que esto último me sorprendió, porque hasta el momento no me había pasado nunca viajando.

De todos modos, me fui sabiendo que iba a volver, todavía me quedaba cumplir con el objetivo por el cual había ido en primer lugar: obtener la ciudadanía. 

Pasó exactamente un mes desde que nos fuimos hasta que recibí ese llamado, el más importante de mi vida hasta ahora. Así que volví, viajé de nuevo a mi querido Montalbano Elicona. Con mucho orgullo y felicidad, les informo que ayer, 8 de octubre de 2024, concluí con los trámites y soy oficialmente ciudadana italiana.

Si antes ya tenía varios motivos para tenerle cariño a este pueblo y recordarlo para siempre, ahora aún más. Después de una aventura larguísima y agotadora, de un año y medio de trámites, problemas y complicaciones, finalmente logré la resolución que necesitaba. Y fue una hermosa casualidad que esto sucediera mientras escribía esta entrada sobre el lugar que lo hizo posible.

No me queda más que agradecerle a Montalbano Elicona por ser el lugar hermoso que es y por darme exactamente todo lo que necesitaba para que esta segunda experiencia fuera más amena y me cambiara la visión sobre este increíble país que es Italia. Y por darme la ciudadanía, obvio 😉

No tengo mucho más para agregar por hoy. Esta semana está siendo muy ocupada, con viajes, trámites y demás, así que mejor me despido. Como siempre, muchas gracias por leer, espero que hayan disfrutado esta publicación y que celebren conmigo esta tan buena y esperada noticia.

¡Los quiero! ¡Nos leemos en la próxima publicación!

Dejá un comentario!