Hogar

Hogar

Según la RAE, la palabra hogar significa “casa o domicilio”, o bien “familia, grupo de personas emparentadas que viven juntas”. Discúlpenme si no concuerdo al 100% con la RAE, pero para mí la connotación de la palabra “hogar” es un poco más grande. Así que me tomé la libertad de redefinirla para esta publicación, ya que hoy quiero escribir sobre lo que para mí significa tener un hogar.

Por lo que vamos a decir que, mientras dure este escrito, la definición correcta es: Lugar donde una persona crea pertenencia y lazos emocionales, sintiéndolo un espacio propio y significativo. ¿De acuerdo? Ok, comencemos.

Me cuesta mucho arrancar diciendo “el año pasado…”, pero lo que quiero contar fue sucediendo en los últimos cuatro meses y, bueno, técnicamente es el año pasado.

Si fueron leyendo el blog, sabrán (y si no, les hago un breve resumen ahora, no se sientan obligados) que en el 2024 estuve viviendo en un pueblo de Sicilia mientras tramitaba mi ciudadanía, y tenía planes de continuar mi viaje por Suiza. Sin embargo, por una de esas casualidades de la vida, mi pareja consiguió trabajo como ingeniero acá en Italia, y así fue como terminamos mudándonos a la ciudad de Torvaianica en septiembre del año pasado.

Para ponerlos un poco en contexto, Torvaianica es la zona del mar del comune di Pomezia, ciudad que se encuentra a una hora al sur de Roma. Es un balneario tranquilo, donde en la época de verano van muchos italianos de otras ciudades a vacacionar, pero en el invierno se vuelve aún más tranquilo, y solo se ve bastante gente paseando los fines de semana, cuando los locales salen a caminar por la costanera y disfrutar de las vistas del mar.

A mi parecer, tiene unas vibes muy de balneario viejo de la costa argentina, con apenas un par de cuadras de centro, edificios bajos de no más de cuatro pisos, y todo un poco anticuado. Pero tengo que admitir que, desde que vimos la ciudad por primera vez, quedamos enamorados.

Ahora, si bien la ciudad era linda, esto no era lo que teníamos planeado desde un principio, por lo que no solo no sabíamos dónde nos estábamos metiendo, sino que no conocíamos absolutamente nada. Y aunque me encantaría decir que todo fue color de rosas, la verdad es que el primer mes que estuvimos acá fue un poco complicado. Lu se iba a trabajar y yo estaba en casa todo el día, desempleada, sin nada que hacer, sin rutina ni motivación. Me sentía encerrada entre cuatro paredes y no había mucho que pudiera hacer al respecto. Tuve que hacer un gran trabajo para tratar de sobrellevar esa situación, pero de a poco, y con tiempo, todo se fue acomodando.

Para hacer alguna actividad juntos, con Lu nos anotamos a clases de salsa y bachata, empezamos a socializar y nos hicimos parte del grupo. De a poco, y por repetición, fuimos al súper cerca de casa y nos empezamos a saludar con el dueño, que está ahí vigilando casi siempre. Encontramos un café que nos gusta, y al que vamos a desayunar algún que otro fin de semana. Nos hicimos amigos que viven en una ciudad cercana. Ya sabemos a dónde ir a comprar cada cosa que necesitamos y seguimos amando ir a ver el atardecer a la playa cada fin de semana.

Sé que algunas cosas suenan como pavadas, pero pasar de salir de casa y no tener a quién saludar, o con quién hacer algo, de no saber dónde poder comprar un plato o una camiseta, ¿a todo esto que les mencioné? Créanme que se siente como todo un logro. De a poco fuimos armando una rutina y una vida que disfrutamos tanto que, cuando llegó el momento de decidir si nos quedábamos en la zona o nos mudábamos a otra ciudad, no quisimos irnos.

Ese fue el momento en el que me di cuenta: habíamos construido un hogar sin darnos cuenta.

Es increíble cómo uno puede lograr sentir que pertenece a un lugar donde hace un par de meses solo había un departamento vacío y uno ni siquiera sabía que existía. Como, de repente, te vas unos días de vacaciones y, al final, querés volver a tu casa, a tu barrio. Como te sentís tan cómodo que ya no tenés la urgencia de buscar un nuevo destino al que mudarte. Al contrario, querés quedarte un tiempo, recibir a tus seres queridos ahí y mostrarles todo lo que hacés a diario (aunque solo sea leer y caminar por la playa).

No sé si ustedes concuerdan conmigo, o si sienten a su ciudad y su casa como hogar, espero que sí. Pero, cuando estás viajando, es un poco difícil encontrar eso; se necesita algo de estabilidad, y eso no va de la mano de ser backpacker. Y debo admitir que, si bien disfrutaba mucho del dinamismo, de no saber en dónde iba a estar en dos meses y tener todo el mundo a mi disposición como para ir a donde yo quisiera, estar un poco quieta, tener mi casa, mis cosas y encontrar regocijo en la rutina, también me gusta mucho. Encontré una nueva calma y un nuevo disfrute en mi vida en Torvaianica, en mi hogar.

No sé cuánto tiempo nos quedaremos en la ciudad, ni cuánto nos dure esta sensación de que estamos en el lugar correcto. Pero el hecho de haberlo conseguido, de estar en casa y sentirnos a gusto y plenos, creo que ya es un gran logro para lo que va del año, ¿no? ¿Ustedes qué opinan?

Los dejo por esta semana, pero ¡nos leemos en la siguiente publicación!

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Reinicio de Año Nuevo

Reinicio de Año Nuevo

¡Hola, volví! Se que pasaron meses desde mi última publicación y probablemente pensaron que había abandonado el blog (creo que hasta yo lo pensé en un momento), pero la realidad es que fue un fin de año muy movilizante, de mucha reflexión, y por un tiempo no pude sentarme a ordenar mis propios pensamientos, mucho menos a escribirlos. Sin embargo creo que ya estoy de vuelta, aunque con algunas modificaciones. Ya que algo me estaba haciendo muy difícil la escritura también era pensar en Instagram y sus publicaciones, siendo la parte que menos me gusta de este proyecto, así que probablemente empiece a postear un poco menos ahí, ya veremos como lo resuelvo. Ahora si, explicada mi desaparición, volvamos a lo que nos incumbe: 

Hoy vengo con una reflexión que hago cada vez que me pongo un poco sentimental (lo cual últimamente pasa a menudo). Y es que si tengo que ser 100% honesta, antes de empezar a viajar lo tenía muy idealizado. En mi mente, no solo iba a hacerme mil amigos enseguida, si no que iba a conocer lugares increíbles, pasarla bomba, hacer plata, irme de vacaciones, ahorrar. Todo perfecto, ¿no? ¿Quién no querría irse si la vida suena así? 

La verdad es que no puedo decir que fue todo lo contrario porque no, pero… ¿Mil amigos? Soy más de círculo cerrado, por lo que sí, me hice amigos en cada lugar al que fui pero definitivamente no un grupo grande. ¿Conocer lugares increíbles y pasarla bomba? Si, pero no todo el tiempo, tuve momentos bastante feos en donde la angustia me ganó y pasé meses sin querer salir de mi casa (si, meses). ¿Hacer plata, ahorrar? Mmmm, digamos que el irme de viaje no mejoro mis escasas habilidades financieras. 

Hoy en día, con casi tres años de viaje encima, creo que puedo ser honesta y admitir que el irme de Argentina a probar y conocer otras cosas no solucionó prácticamente ninguno de mis problemas. E incluso hasta me generó otros, porque hay días en los que me pongo a llorar solo de pensar en lo mucho que extraño compartir una cena con mi mamá, unos mates con mi papá, los jueves de pizza y películas con mis hermanos, el salir de trabajar e ir a un after o a hacer algo con mis amigos…

La distancia muchos días se torna más difícil de lo que me gustaría admitir, y me tengo que recordar que no siempre es así, que no me siento siempre así. Que el resto de los días estoy muy feliz de la decisión que tomé de irme, de buscar otras oportunidades, de planear un futuro con mi pareja en cualquier lugar del mundo que elijamos (lo cual me sigue pareciendo una locura, el poder tener esa posibilidad). 

Hace un tiempito me pasó una de las peores cosas que le pueden pasar a uno cuando está lejos, el fallecimiento de un familiar. Lo que sentí al saber que no podía aparecer ahí, estar con mi familia, abrazar a mi papá, fue una de las peores angustias que tuve nunca. Cuando elegí irme, lo hice sabiendo que existía esta posibilidad, que algunas cosas iban a pasar y yo no iba a poder estar ahí para compartirlas, y estaba de acuerdo con eso. Pero como se suele decir: del dicho al hecho…

Resulta que en la vida pasan muchas más cosas de las que uno se da cuenta y que las suele dar por sentado. No solo nos despedimos de la gente, celebramos el día a día. Las personas se casan, se reciben, los bebés nacen y crecen, hay ascensos y promociones en los trabajos, mudanzas y remodelaciones, vacaciones, escapadas de fin de semana, domingos de asados, cumpleaños y festejos familiares. Cuando estamos cerca es muy fácil no darse cuenta de todo lo que pasa en un año, es la vida, solo pasa. ¿Pero cuando estamos lejos? 

Emigrar es una continua elección, no es algo que un día decidiste y nunca más miraste para atrás, o frenaste a replanteartelo. Porque así como a nuestra familia y amigos les sigue pasando la vida, a uno también, y pasa por esas mismas cosas pero en otro lugar, y lejos de su círculo cercano, y hay que decidir, si queremos seguir pasando por eso o no. Si queremos seguir viendo como nos perdemos de estos sucesos, para tener la vida que queríamos, o que esperamos conseguir. 

Habiendo terminado el 2024, debo decir que para mi, este fue un año donde estas decisiones estuvieron muy presentes. Con un comienzo muy difícil, una espera muy larga y varias situaciones en Argentina que se dieron al final, tengo que admitir que fue un poco más complicado de lo habitual el pensar en estar tan lejos. 

Sin embargo, veo la vida que estoy construyendo, veo los cambios que ya pasaron y que mejoraron mi bienestar, y no puedo no sonreír y estar orgullosa y conforme con todo lo que pasó en estos tres años. Ya no sufro de insomnio, mis niveles de estrés y ansiedad bajaron, no tengo miedo al caminar por la calle, ni tengo que hacer malabares para llegar a fin de mes. Tengo nuevos hobbies que disfruto mucho, amigos nuevos por todos lados, vivo a dos cuadras del mar, con el amor de mi vida y a nada de una de las ciudades más hermosas del mundo, y podría seguir enumerando todas las cosas lindas que me pasaron, pero estaríamos por acá un largo rato. 

Todo es cuestión de balance. Desde hace años que siempre que estoy en una situación de incertidumbre sobre qué hacer, me imagino una balanza en mi cabeza y voy poniendo las cosas lindas o que me gustan contra las cosas feas y malas que pasan. ¿Cúal gana? Este último año fue una lección gigante para mi, y tuve que hacer esto varias veces, pero (por suerte) siempre pesó más lo lindo y la emoción por lo que se viene, que lo que pudo ir saliendo mal. Y esperemos que siga siendo así, tanto en mi vida como en la suya. 

Hasta acá llego con mi reflexión de fin de año (un poco tarde, lo sé). Tenía pensado escribir esto hace tiempo ya, pero como siempre, terminó saliendo cuando quiso y en el momento justo. 

Espero que estén teniendo un muy buen comienzo de año, y que sus balances también estén en positivo. ¡Les mando un beso gigante a todos! No se olviden de dejar sus me gustas y sus comentarios. 

¡Nos leemos la semana que viene! (Si, lo prometo)

Delfi

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Mi primer roadtrip: Western Australia

Mi primer roadtrip: Western Australia

No se si saben, pero Australia es EL lugar para hacer roadtrips. Las distancias entre las ciudades son enormes, y la gente está muy acostumbrada a tener un motorhome o una caravan y salir a la ruta cada vez que les sea posible. Y siendo sincera, es una experiencia increíble. Las rutas están muy bien cuidadas, todo señalizado, y hay paradas a cada rato con bancos, sombra y hasta baños químicos en algunas, para que te puedas sentar y descansar a mitad del viaje.

Aunque no lo parezca, yo siempre había soñado con hacer un roadtrip así: tener un motorhome, decorarlo, salir a la ruta y parar a dormir en lugares soñados. Manejar por horas hasta llegar a algún paisaje increíble y disfrutarlo al máximo. Incluso una vez intenté convencer a mi papá de que comprara uno para irnos de vacaciones a la Patagonia Argentina. Claramente no funcionó; papá perdió su espíritu aventurero con los años (y un motorhome no es nada barato). Por eso, cuando surgió la oportunidad de poder hacer algo similar en Australia, no lo pensé dos veces… o bueno, en realidad si. Fue el desafío más grande al que me tuve que enfrentar en ese año. Así que, para que me entiendan bien, mejor empiezo por el principio:

Era Agosto del 2022, yo estaba viviendo en Exmouth y mi mente ya estaba pidiendo un cambio. Tenía ganas de irme de viaje, seguir conociendo lugares y ver cosas nuevas. Así que me fui a Perth a comprarme un auto, y cuando volví, decidí que iba a construir una cama para poder acampar ahí adentro cuando quisiera. Era la primera vez en mi vida que iba a encarar un proyecto así sola, pero algo de experiencia ya tenía al haber armado muebles y ayudado con interiores de placard junto a mi mamá desde chica. Digamos que el tema de construir cosas viene de familia, y siempre se me dio bastante bien. Por suerte, no tuve que enfrentar esto 100% sola; un compañero de trabajo decidió ayudarme, y con mi diseño, su ayuda y las herramientas del dueño de la casa donde él vivía, logramos armar la famosa cama de la cual estoy muy orgullosa (por eso les voy a dejar varias fotos acá abajo). 

La cama no solo me permitía acampar en el auto, sino que después se podía plegar para guardarla en el baúl, dejando espacio para la valija y mis cosas. Créanme cuando les digo que el diseño estaba genial, y pasé los últimos años hablando de esto cada vez que tuve la oportunidad. Todavía no supero mi orgullo.

Este fue el primer paso hacia la aventura que les quiero contar hoy. Con la cama lista y el auto acondicionado para el roadtrip, ahora me faltaba encontrar con quién viajar. Mis amigos de Exmouth no tenían intenciones de hacer el mismo recorrido, así que tuve que buscar nuevos aliados. Así fue como surgió la segunda parte de esta aventura: irme de viaje con siete desconocidos. Bueno, técnicamente seis, ya que a uno lo había conocido en Perth cuando fui a comprar el auto. ¿Suena esto como un potencial desastre? Sí, pero les aseguro que fue uno de los viajes más inolvidables de mi vida.

El grupo con el que me fui había arrancado el roadtrip varios días antes, así que para el momento en el que me reuní con ellos en Exmouth, ya llevaban varios destinos recorridos y mucha convivencia entre ellos. Me costó un poco sumarme, pero yo estaba en modo “barbie aventurera” y, además, todos eran muy copados y me integraron enseguida. Eran de diferentes nacionalidades, y solo uno también era argentino, por lo que fue muy nuevo para mí cultivar esas relaciones durante las dos semanas que siguieron, ya que generalmente me relacionaba más con latinos. 

Nuestro primer destino fue el Parque Nacional Karijini, y debo admitir que estaba muy entusiasmada con la idea de acampar ahí. Era la primera vez que iba a poder dormir mirando las estrellas, y disfrutando de este nuevo desafío en el que me estaba involucrando. 

Acampamos la primera noche en Tom Price, y nos preparamos para disfrutar del parque al día siguiente. Empezamos por un lugar que se llama Fortestcue Falls, donde no solo hay unas cascadas (como su nombre lo indica), sino también hay varios piletones en donde te podías meter a nadar o caminar alrededor por todas las gargantas de piedra roja que los rodeaba. 

Esa noche hicimos free camping en el medio del Parque Nacional. Fue muy loco porque era la primera vez que acampaba en un espacio libre, sin tener baño químico ni ningún tipo de comodidad como las que te brindan en los campings. Para los que no saben, un free camping es un espacio en donde está legalmente permitido acampar. Uno puede pasar ahí la noche con la seguridad de que no lo va a parar la policía ni lo van a multar, pero sin ningún tipo de elemento adicional: un pedazo de tierra, el cielo y vos. Creanme que no era mi primera opción, pero necesitábamos estar más cerca de nuestra siguiente aventura para descansar bien. En instantes van a entender porque…

La siguiente parada, y la más inolvidable para mí, fue Mount Bruce. A veces, en medio de todo, llega un momento en el que me pregunto «¿Por qué corno estoy haciendo esto?». Definitivamente ese fue mi pensamiento mientras escalábamos el Monte Bruce, a las cuatro de la mañana, para llegar a ver el amanecer en la segunda montaña más alta de Western Australia. Hasta el día de hoy me acuerdo como sufrí esa caminata, y lo interminable que me pareció. Las piernas me temblaban, los pulmones no me daban más y casi sentía que me moría, pero una vez que llegamos… basta decir que no es lo único que me acuerdo hasta el día de hoy. Fue el amanecer más increíble que vi en mi vida (esta bien que tampoco vi muchos ¿no?, pero creanme que es insuperable). 

Los días siguientes los pasamos explorando Karijini y aprovechamos para recorrer lo más que pudimos. En general el parque es muy hermoso con el contraste de los colores de los lagos, las piedras rojas, los piletones por todos lados. Entre acampar por primera vez y disfrutar de la naturaleza, fue una experiencia inolvidable que nunca pensé que me iba a hacer tan feliz. 

Cuando nuestro tiempo en el parque nacional Karijini terminó, seguimos viaje hasta la ciudad de Broome. Ese trayecto fue un poco complicado porque fueron muchas horas y llegamos al camping muy cansados y con poca batería social. Pero, al día siguiente,  cuando finalmente descansados salimos a pasear, supe que también había valido la pena. 

Broome es ese lugar que aparece en instagram y te hace pensar que sobresaturaron los colores del cielo y el mar. La costa de la ciudad es un sueño, y les juro que es tal cual se ve en todas las fotos. Cable Beach, uno de los principales puntos turísticos de la ciudad, fue otra sorpresa. Fuimos a la hora del atardecer y la escena fue digna de una película: el sol cayendo sobre el mar, los camellos paseando por la arena (sí, camellos en Australia), y nosotros con la boca abierta. 

Lo único malo de Broome fueron las temperaturas. El calor y la humedad te agobiaban, y era muy difícil lograr dormir más allá de las seis o siete de la mañana porque el calor lo hacía imposible. Nosotros fuimos en septiembre, así que no me quiero imaginar lo que debe ser esa ciudad en pleno verano. Pero más allá de eso, fue todo muy hermoso. 

El resto de nuestro tiempo en la ciudad fue más social que otra cosa. Por primera vez vivencie una competencia de camisetas mojadas, algo que pensaba que solo existía en las películas yankis. Salí de fiesta, fui a la playa, me bronceé…

y hasta visité una granja de perlas donde aprendí cómo se fabrican las perlas verdaderas y cuanto cuestan (spoiler: demasiado). 

Cuando nuestras mini vacaciones en Broome terminaron, fue hora de emprender una nueva aventura y manejar hasta la ciudad de Perth, donde comenzarían nuevamente mis viajes sola, sobre los cuales les voy a contar un poco a partir de la semana que viene. 

La verdad es que este viaje en total no fue muy largo, fueron alrededor de dos semanas. Pero el hecho de viajar y convivir con completos desconocidos, enfrentarme a acampar por primera vez, y animarme a salir por completo de mi zona de confort haciendo actividades como Trekking, fue toda una experiencia. De todos modos y siendo 100% honesta (como siempre) hoy en día no lo volvería a hacer, o al menos no sin amigos. Siento que si bien fue un viaje hermoso que seguramente voy a recordar para el resto de mi vida, podría haberlo disfrutado muchísimo más si lo hubiera compartido con gente a la que quiero. Pero para saber estas cosas hay que experimentarlas, ¿no? 

¿Y ustedes? ¿Se animarían a emprender un viaje con gente que no conocen? ¿Hay algún lugar en el que sueñan con irse de campamento, ya sea en Australia o en algún otro lado? ¡Cuentenme! 

Como siempre, espero que les haya gustado leer sobre esta aventura y me encantaría ver sus comentarios y me gusta ¡Nos leemos la semana que viene en otra publicación!

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Montalbano Elicona: Redescubriendo Italia

Montalbano Elicona: Redescubriendo Italia

¡Buenas! Hoy estoy muy entusiasmada por todo lo que les voy a contar. Se trata de una aventura más reciente: la última ciudad en la que vivimos antes de comenzar este blog, Montalbano Elicona. Y quédense hasta el final del post porque viene con una sorpresa 😉

Como ya mencioné en entradas anteriores, cuando me fui de Italia en enero de este año, estaba muy enojada con todo lo que implicaba este país: su cultura, su burocracia, su sociedad. No me gustaba para nada la idea de tener que volver, pero seguía teniendo mi objetivo pendiente: la ciudadanía italiana.

Durante los meses que estuve en Argentina, busqué distintas ciudades para volver, siempre en el norte del país. El problema fue que conseguir alojamiento donde establecer residencia era complicado, por no decir solo caro, y para cuando faltaban solo tres semanas para viajar, nosotros todavía no habíamos logrado conseguir nada. Así que no nos quedó otra que ampliar la búsqueda e incluir al sur de Italia como un posible destino.

Así fue como terminamos en Montalbano Elicona, un pueblo de la provincia de Messina, en la región de Sicilia.

No vamos a fingir que la idea me gustó de entrada, porque sabemos que no. Había googleado el destino antes de viajar y parecía lindo, pero de internet a la realidad suele haber una gran diferencia, así que no quise hacerme muchas ilusiones.

El 7 de mayo de 2024, una Delfina muy asustada volvió a emprender el viaje hacia el sur de Italia, con menos convicción y ganas que nunca. Pero una vez ahí, el pueblo me dio la bienvenida y me mostró lo equivocada que estaba.

Para empezar, era hermoso. Un pueblo medieval, con una parte histórica completamente cuidada y mantenida, que te invita a recorrerla cuantas veces puedas. La gente era amorosa y cálida, siempre con una sonrisa y buena predisposición para ayudarte, responderte, venderte o lo que fuera necesario en el momento.

El departamento que habíamos conseguido era amplio y luminoso, y lo más importante: solo nuestro.

Y para colmo, conseguimos trabajo como “cocineros” a menos de una semana de haber llegado, lo cual era una prioridad en ese momento (como siempre). Si bien al final de nuestra estadía ya no queríamos saber nada más del restaurante, la verdad es que el trabajo en sí no estaba mal y era bastante entretenido. La cantidad de horas por día eran agotadoras, pero nos ayudaban a pasar el tiempo y, en mi caso, a controlar la ansiedad por el trámite de la ciudadanía, que cada vez parecía más lejano.

Tanto Nino como Rita, los dueños del restaurante, fueron siempre muy amables con nosotros y nos enseñaron a preparar cada una de las especialidades de la cocina, algo de lo que ya les voy a contar más adelante.

No teníamos mucho tiempo libre para disfrutar de los alrededores del pueblo, pero nos tomamos como costumbre ir todos los lunes al Caffè Trinacria, cerca de la plaza principal, a desayunar con un café y un cornetto de crema y otro de chocolate. Honestamente, creo que fueron los cornettos más ricos que comimos estando en Italia, y si algún día llegan a estar por el pueblo, les recomiendo que no se los pierdan.

Ya más acomodada, y un poco menos enojada con Italia, empecé a notar las cosas buenas que trajo esta segunda vuelta, como el hecho de que pude mejorar muchísimo el idioma. Pasé de hablar como Tarzán todo el tiempo, a solo hacerlo de vez en cuando, logrando mantener conversaciones enteras con italianos sin trabarme. Aprendí a disfrutar de las cosas buenas de su cultura, como la cocina, y a dejar pasar las no tan buenas, como el machismo (que siempre está, no importa la zona a la que vayas). Y ni hablar de los paisajes y los atardeceres que nos regalaba el pueblo en general.

El momento que más disfruté de estar en el pueblo, fue durante las festividades de agosto. Como en el resto de Italia, se celebran distintas fiestas durante este mes, y en este caso la principal fue la celebración de la Madonna della Providenza. Esta consistía principalmente en bajar a la Virgen de la iglesia donde está situada, hacer la procesión llevándola por todo el pueblo y luego devolverla a su lugar. Aunque esto no terminó ahí,  durante todo el mes hubo varias celebraciones en la plaza principal: ferias con puestos de venta en la calle, recitales y muchas otras cosas para disfrutar.

Mi celebración favorita fue para Ferragosto (el feriado más importante del mes en toda Italia). Ese día, hicieron un show en la plaza con una banda que tocaba canciones de distintos géneros y toda la gente del pueblo se reunió para verlos. Muchas parejas de señores mayores bailaban la música en el medio de la plaza. Hasta el momento no había visto nada así y me gustó tanto, me generó tanta alegría y emoción, que Lu y yo nos quedamos mirándolos por horas, hasta casi el final del espectáculo. Fue hermoso ver a toda la gente reunida, bailando despreocupadamente y celebrando.

Eso fue durante nuestras últimas semanas en Montalbano, y cuando llegó el momento de irnos (larga historia, otros motivos no relacionados con la ciudadanía), yo ya no estaba tan entusiasmada. Sí, me ilusionaban los nuevos proyectos, pero me sentía tan cómoda en Montalbano, tan en casa, que no quería irme. Tengo que admitir que esto último me sorprendió, porque hasta el momento no me había pasado nunca viajando.

De todos modos, me fui sabiendo que iba a volver, todavía me quedaba cumplir con el objetivo por el cual había ido en primer lugar: obtener la ciudadanía. 

Pasó exactamente un mes desde que nos fuimos hasta que recibí ese llamado, el más importante de mi vida hasta ahora. Así que volví, viajé de nuevo a mi querido Montalbano Elicona. Con mucho orgullo y felicidad, les informo que ayer, 8 de octubre de 2024, concluí con los trámites y soy oficialmente ciudadana italiana.

Si antes ya tenía varios motivos para tenerle cariño a este pueblo y recordarlo para siempre, ahora aún más. Después de una aventura larguísima y agotadora, de un año y medio de trámites, problemas y complicaciones, finalmente logré la resolución que necesitaba. Y fue una hermosa casualidad que esto sucediera mientras escribía esta entrada sobre el lugar que lo hizo posible.

No me queda más que agradecerle a Montalbano Elicona por ser el lugar hermoso que es y por darme exactamente todo lo que necesitaba para que esta segunda experiencia fuera más amena y me cambiara la visión sobre este increíble país que es Italia. Y por darme la ciudadanía, obvio 😉

No tengo mucho más para agregar por hoy. Esta semana está siendo muy ocupada, con viajes, trámites y demás, así que mejor me despido. Como siempre, muchas gracias por leer, espero que hayan disfrutado esta publicación y que celebren conmigo esta tan buena y esperada noticia.

¡Los quiero! ¡Nos leemos en la próxima publicación!

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Exmouth: Lecciones en el Paraíso

Exmouth: Lecciones en el Paraíso

¡Hola de nuevo! Espero que estén muy bien esta semana y que se hagan un rato en su día para leer la entrada de hoy. Sinceramente, se me hizo difícil escribir esta publicación porque me ganó la nostalgia y aparecieron esas ganas de volver, aunque sea por un día, a esta ciudad tan hermosa. Hoy les voy a contar sobre Exmouth.

Si bien mi plan original antes de viajar a Australia era ir directamente a esta ciudad, después de mis primeras tres semanas en Sídney me sentía un poco frustrada de estar yendo. En parte porque no había podido irme con mis nuevos amigos, y en parte porque necesitaba un trabajo urgente (cuestiones económicas) y eso me tenía bastante preocupada. Pero les mentiría si les dijera que esa preocupación y esa frustración duraron más de unos pocos días.

¿Conocen esa sensación cuando de repente todo empieza a salir bien y uno siente que está en el lugar correcto, en el momento indicado? Bueno, eso era lo que yo sentía a la semana de estar en Exmouth.

El motivo principal por el que fui fue para reencontrarme con una de mis mejores amigas, que vivía ahí en ese momento. Pero terminé teniendo mucho más para agradecerle a esta ciudad, donde aprendí tantas cosas y crecí para empezar a convertirme en la persona que soy hoy en día.

Una de las primeras cosas que hice fue subirme al auto que me prestó mi amiga, ir al centro de la ciudad (no se imaginen nada grande, eran dos cuadras con toda la furia) y buscar dónde dejar mi CV.

Conseguí trabajo en el primer lugar que vi, una panadería. No voy a entrar en detalles sobre la entrevista; basta con decir que a los diez minutos ya había acordado empezar al día siguiente con una prueba de unas horas. ¿Lo malo? La hora: ¡tenía que estar ahí a las cinco de la mañana! CINCO DE LA MAÑANA, yo, que si me levanto a las diez es con mucha fuerza de voluntad.

Al día siguiente, a esa hora, ya estaba en la panadería. Me pasé las horas tratando de memorizar cómo se llamaba cada cosa que vendían, mientras atendía y charlaba con la gente. Las que luego fueron mis amigas se reían y decían que cuando hablaba en inglés, se me transformaban por completo la voz y la personalidad. Y era verdad. No me pregunten por qué, pero cada vez que tenía que hablar en inglés, me invadía la personalidad de Xuxa: la voz se me agudizaba, me volvía mucho más entusiasta de lo que soy en realidad, y parecía que estaba cumpliendo el sueño de mi vida trabajando ahí. Por suerte, después de unos meses me calmé y empecé a parecer más “normal” en mi modo inglés.

Ahora, si bien logré estabilizarme un poco económicamente, también me tuve que enfrentar a una nueva realidad: aprender a estar sola. Admito que ese fue el aprendizaje más grande que tuve en la ciudad.

Hasta ese momento, yo creía que sabía estar sola. Pensaba que, con la pandemia y la cuarentena, había aprendido a disfrutar de mi propia compañía. Y la verdad es que no estaba tan equivocada, pero una cosa es estar sola en casa cuando sabés que todo el mundo también lo está, que nadie está haciendo ningún plan copado. No es una soledad 100% elegida, pero tampoco te queda otra. Y es más fácil de procesar. En cambio, en Exmouth, yo no quería estar sola. Quería estar compartiendo todo eso con alguien, pero no tenía con quién. Mis amigos en la ciudad estaban trabajando, no teníamos los mismos días libres, y ¿el resto de mis amigos? Bueno, estaba lejos de todos, básicamente. Así que ahí vino el nuevo aprendizaje: aprender a estar sola, incluso cuando no quería.

Todavía me acuerdo la primera vez que cargué el auto y me fui a pasar el día a una playa completamente sola. Fui a Sandy Bay, una playa dentro del Parque Nacional Cape Range que se terminó convirtiendo en una de mis preferidas para esos planes, porque nunca había mucha gente y era muy tranquila (además de hermosa).

Aunque no fue fácil, valió la pena. Si bien disfrutaba mis momentos de soledad y trataba de hacer planes copados, aunque no tuviera con quién compartirlos, siempre había una parte de mí que necesitaba compañía, que lo deseaba. Algo bueno del parque es que no había señal de celular, por lo que tuve que enfrentarme a ese miedo: ni siquiera podía tener el consuelo de estar conectada con alguien a la distancia. Era solo yo, el mar, mi lona, mi libro y la nada misma.

A medida que iba aprendiendo a disfrutar de mi compañía, también gané la confianza para hacer cosas nuevas. Tengo que admitir que me da mucho miedo probar cosas nuevas. Le tengo pánico a hacer papelones y a lo que la gente pueda opinar (por eso este blog también es todo un desafío para mí), lo cual me lleva a no intentar nada que no sepa que voy a hacer bien. Un embole, ¿no?

Una de las cosas buenas de viajar es que estás constantemente expuesto a probar cosas nuevas, quieras o no. Y si le ponés un poco de voluntad, aún más (y créanme que si había algo que tenía en Exmouth era voluntad). Bueno, para todo menos para aprender a surfear, ese fue un no rotundo. Pero gracias a esa voluntad, a mi amiga Vicki y a la gente que conocí esos meses, hice snorkel por primera vez, vi tortugas marinas, nadé con tiburones, con tiburones ballena, paseé en lancha, intenté hacer wakeboard en el mar (solo intenté, no lo logré), vi ballenas saltar y saludarme con sus aletas, y podría seguir enumerando cosas por horas.

Todas estas experiencias fueron increíbles y me enseñaron muchísimo, pero sobre todo me ayudaron a disfrutar del momento y a sacar lo mejor de cada situación.

Para cuando terminó mi tiempo en Exmouth, ya estaba convencida de que había cumplido un ciclo ahí y quería seguir viajando. Pero para eso necesitaba un auto propio, así que me lancé a mi primera gran aventura como “backpacker”: irme a Perth con un completo desconocido en su van.

Ir a Perth desde Exmouth implica manejar más de 15 horas. El avión no era una opción, ya que quería ahorrar para comprarme un auto. Así que busqué en Facebook si alguien iba hacia allá en las fechas que necesitaba. Por suerte, Marco, un chico alemán que estaba viviendo en la ciudad, se iba justo, y aunque no nos conocíamos, decidimos hacer el viaje juntos y dividir los gastos. Fue toda una novedad para mí. Si no hubiera aprendido todo lo que mencioné antes, no sé si me habría animado.

El viaje fue largo, con algunos silencios incómodos, pero me llevó directo a Perth, donde me esperaba mi próximo objetivo (del cual les hablaré en otra publicación, porque hoy ya se está haciendo largo).

Ahora bien, tengo que admitir que, aunque fueron meses hermosos que recuerdo con muchísimo cariño, también fue un período complicado. Yo estaba tratando de encontrarme a mí misma, de encontrar mi lugar en el mundo. Soñaba con encontrar un gran amor que me diera vueltas todo y me hiciera feliz. Y créanme que estuve muy lejos de eso. Hubo citas fallidas, “enamoramientos” no correspondidos, llantos varios, papelones a montones. Pero, ¿lo suficiente como para no querer volver? No, ni cerca. Mientras todo eso pasaba, la balanza siempre se inclinaba hacia lo positivo. Cada cosa “mala” se veía superada por algo mejor, y por un sentimiento muy profundo de que estaba haciendo lo correcto, de que esto era lo que necesitaba vivir en ese momento para aprender más y lograr mis objetivos en Australia.

Cada destino en el que viví me dio la oportunidad de crecer y aprender algo nuevo. Pero Exmouth tiene un lugar muy especial en mi corazón, porque fue la primera vez desde que me animé a subirme a ese avión que realmente tuve que plantearme si esto era lo que quería para mi vida. Fue el primer empujón hacia descubrirme a mí misma, entender qué me gustaba y qué no, y cómo podía cambiar lo que no me hacía feliz. No fue fácil ni perfecto, pero fue muy útil, y fue un privilegio recorrer ese camino en un lugar tan hermoso como Exmouth.

¿Y ustedes? ¿Hay algún lugar al que le tengan cariño por haber aprendido algo en particular? ¿Sienten que siguen buscándose o ya están más convencidos de quiénes son? Yo creo que la búsqueda nunca termina, pero uno nunca sabe 😉

La semana que viene les dejo más info sobre Exmouth y todas las cosas que se pueden hacer para disfrutar de esta ciudad en su totalidad. ¡Déjenme en los comentarios qué les pareció esta publicación y nos leemos en la próxima!

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(No tan) Querido Palmi 

(No tan) Querido Palmi 

Ok, ya sabemos que mi primera venida a Italia fue un poco fallida. El proyecto inicial nunca salió y tuve que volver a Argentina más quebrada que nunca y con una angustia que me agobiaba. Pero si bien no todo fue soñado, la ciudad de Palmi tuvo algunas cosas buenas, y otras que me ayudaron a crecer todavía un poco más. 

Uno de los desafíos más grandes con los que me encontré en este viaje fue el tema del idioma. Cuando me fui a Australia, si bien nunca antes había estado necesitada de hablar en inglés todo el tiempo, me sentía bastante cómoda con mi vocabulario y mi pronunciación como para no tener que preocuparme mucho por comunicarme. ¿Pero en Italia? Cuando llegué no sabía decir nada más que Ciao (hola/chau), grazie (gracias) y “il ragazzo mangia la mela” (el niño come la manzana). Duolingo fue de ayuda para esta última frase, pero digamos que a la hora de comunicarme realmente con alguien, estaba complicada. 

Por alguna de esas desgracias con suerte que suceden en la vida, mi novio consiguió un trabajo como camarero en un bar y le preguntó al dueño si no tenía algo para mí, teniendo en cuenta que no sabía hablar nada de nada. Su solución fue ponerme a entregar cornettos. Por si no lo saben, un cornetto es lo que nosotros en argentina conocemos como “croissant” (aunque la receta es un poco diferente), y en Palmi, del 15 de julio al 15 de septiembre se vendían a la noche como postre o colación post joda. Mi trabajo consistía básicamente en preguntarle a la gente que gusto quería, pedirles el ticket de la compra y entregarle la cantidad que hubieran comprado. Sencillo, rápido y sin mucha comunicación. 

El problema surgió cuando al mes de haber estado en este trabajo y solo haber aprendido a decir algunos verbos y como se decían las palabras: abajo, bolsa, bandeja y servilleta, el dueño decidió cambiarme y ponerme como camarera en el otro bar donde estaban mi novio, su primo y otra amiga. Si no tuve un ataque de pánico en mi primer día en ese trabajo pega en el palo. ¿Cómo se suponía que tomara una comanda si no sabía ni hablar? Fueron los peores dos meses de mi vida si tengo que ser sincera. Trabajamos entre 10 y 12 horas por día desde el inicio de la temporada, llegando a unas 16, uno de los días más fuertes de agosto, y sin días de descanso. Volviamos a casa a las cinco o seis de la mañana, después de haber estado corriendo toda la tarde y noche y atendiendo casi 50 mesas por noche cada uno. Si, cada uno, éramos solo cuatro camareros. Y a todo el desgaste físico que eso implicaba, había que sumarle el desgaste mental que suponía estar hablando y tratando de entender un idioma que no conocía y con el cual, vamos a ser honestos, estaba sumamente negada.

Pero, cada trabajo tiene su recompensa ¿no? En este caso olvídense de la recompensa monetaria porque esa casi no existió. Pero gracias a ese laburo conocí al grupo de amigos que formamos en Palmi, me pude ir de vacaciones a Cerdeña con Lu cuando terminó la temporada, aprendí a hablar un poco (y a lo Tarzan) en Italiano, y comí cornettos con nutella gratis todas las noches por lo que duró Agosto. Algo es algo. 

Si bien fueron dos meses muy desgastantes y duros, estar en la plaza principal de la ciudad todas las noches me permitió poder ver todos los eventos que fueron sucediendo en la ciudad durante el verano, y créanme que no fueron pocos. Hubo shows de luces, musicales, desfiles, y La Varia de Palmi (un evento del que les voy a hablar próximamente) y que aunque es algo muy extraño de ver, fue inolvidable. 

Una vez que terminó el verano, y pasaron nuestras merecidas vacaciones, hubo que volver a la búsqueda laboral y acá fue donde conseguimos el trabajo más random y que no hubiéramos pensado que íbamos a hacer estando en Italia: cosechadores de olivas. 

Contrario a los videos que vimos de la cosecha en Argentina o lo que uno puede esperar después de haber estado viviendo en Australia, acá la cosecha era muy a la vieja usanza. Se colocaban redes larguísimas, de 100 o 200 metros en el suelo, y (como la máquina nunca funcionó) esperábamos a que el viento tirara las olivas ya maduras al piso. Después íbamos juntando las redes, haciendo montoncitos que se pasaban a unos cajones y cargándolos en un tractor, para que el encargado del campo los lleve al “frontolio”, la fábrica de aceite. 

Nunca llegamos a probar el aceite proveniente del campo donde trabajabamos, pero los dueños de la casa donde vivíamos tenían otro campo y nos vivían regalando botellas de su producción. No tiene sentido lo gustoso que era, el mejor aceite de oliva que probé en mi vida. Ahora, ¿las aceitunas para comer? Es una tarea bastante difícil encontrar aceitunas que no sean amargas o duras. Después de haber probado muchísimas, puedo asegurar que sigo prefiriendo las aceitunas de nuestro país. 

Para el final de mi aventura en Palmi, y después de haber trabajado en distintos rubros, no solo estaba cansada físicamente, sino que no tenía la fuerza mental para quedarme en Italia y seguir luchando por la ciudadanía. Por lo que decidí volver a mi casa, descansar un poco, recargarme de energía y esperar los 90 días necesarios para poder volver a entrar como turista a Italia. 

El irme no fue difícil, ya estaba cansada de muchas cosas que no me gustaban de la ciudad y frustrada después de varias malas experiencias. Lo único que me costó fue irme sabiendo que probablemente no iba a poder volver a ver a todos mis amigos. Eso es lo que más me cuesta al irme de un lugar, saber que todos los amigos que me hice ahí van a seguir su camino también, y aunque la voluntad de reencontrarse siempre esté, cada vez se vuelve más complicado. 

Hoy, con varios meses transcurridos en el medio, puedo acordarme de estas cosas, estos trabajos y reirme un poco. Pero no fueron meses sencillos, hubo muchas emociones en juego y muchos problemas como para llegar al final de ese viaje tan cansada y enojada con Italia que no quería saber nada con volver (miren como salió eso). Pero de todo se aprende, creo que incluso las malas experiencias, o las no tan buenas sirven para algo, te dejan una enseñanza y algo de recompensa. En este caso, no querría que las cosas se hubieran dado de otra forma, porque sino hoy no estaría con Lu, ni tendría los proyectos que tengo. Quien sabe a dónde me habría llevado el destino. 

¿Y ustedes? ¿Tienen alguna experiencia no tan buena viajando que igual no cambiarían? ¿Se animarían a trabajar de cualquier cosa con tal de experimentar cosas nuevas? 

Espero que les haya gustado saber un poquito más de este viaje. ¡Nos leemos en la siguiente publicación!

PD: acá abajo les dejo una guía con palabras y frases (básicas) en italiano que, por lo menos a mí, me hubiera servido mucho saber antes de llegar. ¡Espero que los ayude! Haciendo click en el link la pueden descargar 😉

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